Tres minutos le bastaron a Leo Messi para dar la razón a Pep Guardiola. “No se le puede parar. Es inútil” avisó en la previa el entrenador catalán del Bayern, sabedor, conocedor, de qué es Messi en el mundo del fútbol es algo fuera de toda medida. Mantuvo el Bayern el tipo durante 77 minutos en los que Leo apareció en cuentagotas, esperando el momento oportuno. Cuando apareció mató el partido. Y Neymar, en el añadido, sentenció, si no se produce un milagro bávaro, la eliminatoria.
El Barça tiene pie y medio en la final de Berlín después de un partido enorme, de un primer combate que llevaba camino de acabar el combate nulo y que finalizó con un KO mayúsculo gracias a la genialidad del mejor jugador del mundo. ¿De la historia? Habrá tiempo para discutir de ello pero se antoja inútil discutir el trono que ocupa Messi. Marcó dos goles fuera de medida y le regaló el tercero a Neymar. Pep, sí, tenía razón.
Un disparo descomunal en el minuto 77 desde la frontal del área rompió los planes de Guardiola. No. No se le puede parar y si encima se le ofrece la oportunidad de hacer una obra de arte menos aún. Neuer recogió el balón tras otra carga azulgrana y se apresuró a sacar a la banda. Lo hizo precipitadamente, hasta el punto que Alves robó, se fue, la dejó a Messi y éste, en diagonal llegó a la frontal y soltó el obús.
Y explotó el Camp Nou. Después de dos partidos en uno, después de que el Bayern se hubiera sacado de encima el asfixiante dominio azulgrana en la primera mitad para convertir la segunda en un intercambio de fútbol excepcional en que le favorecía el resultado, el Barça le había asestado un puñetazo tan inesperado como acertado.
Para entonces 90 de los 95 mil aficionados que llenaban las gradas del Camp Nou se daban por satisfechos con el resultado. Ese 1-0 valía su peso en oro pensando en la vuelta. Pero Messi solo había comenzado su venganza contra el Bayern, contra Alemania. Incluso se diría su puñetazo sobre la mesa para demostrar al mundo que ese Barça que se conoció como el Barça de Guardiola fue, y es, el Barça de Leo Messi.
Tuvo el Barça, como ha venido ocurriendo en las últimas semanas, el apoyo absoluto de sus compañeros. Todo el equipo trabajo en un fútbol coral que ofreció una primera parte de órdago, en la que faltó acierto ante la meta de Neuer, que salvó un cara a cara a Suárez y dio vida a un Bayern dominado y que sobrevivió. Pero… Faltaba un mundo.
Ese mundo que se resumió en el rush final del combate. Después de que el Bayern recuperase su personalidad en la segunda mitad, plantase cara y demostrase su grandeza. Pero el equipo de Guardiola no estaba preparado para atajar la rabia acumulada de una Pulga fuera de toda medida.
Ya había marcado el primero cuando decidió dar un paso más en su magia para convertir al cabo de tres minutos el 2-0 en una auténtica obra de arte que retrató a Boateng antes de elevar el balón ante Neuer con una jugada que quedará marcada en los libros, en la historia de la Champions.
En 180 segundos el Barça había convertido un combate en una paliza. El Bayern, groggy y descolocado de mala manera, ya era para entonces un juguete roto, un muñeco entregado a su suerte ante la descomunal pegada del equipo de Luis Enrique. Perdón, del ejército de Messi. Y faltaba, todavía, el último puñetazo, la última maravilla. Fue con el Bayern, orgulloso, buscando un gol que le diera vida cuando Leo tomó el balón a la contra y asistió con grandeza a Neymar para que se fuera solo a por su gloria.
No falló ante Neuer. Marcó el 3-0. La locura se generalizó en el Camp Nou y el Barça puso pie y medio en la final de Berlín. Falta viajar a Múnich para redondear la obra pero se antoja una utopía que el Bayern sea capaz de dar la vuelta a la tortilla. Messi se encargó de cumplir esa venganza anunciada.
No hay palabras.